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lunes, agosto 18, 2008

Ben Yessef, Maradona y el arte (Por José Manuel García)

EL BUTACÓN DEL GARCI


Por José Manuel García

Ahmed Ben Yessef, el pintor marroquí más internacional en los tiempos presentes, es hincha del Sevilla. Ben Yessef, nacido en Tetuán, se enamoró un día del vuelo de una paloma blanca y la hizo suya. Hace cuarenta y muchos años, siendo un jovenzuelo, Ahmed vio jugar al Sevilla en Tánger y quedó hipnotizado con las filigranas de Pepillo, un escurridizo delantero del club blanco, cuyos regates en corto tenían la hondura de los ‘quejíos’ de Camarón.

El Sevilla jugaba de blanco, como ‘sus’ palomas, como las palomas del zoco de Tetuán o las palomas de la Plaza de América. Ben Yessef tiene desde hace años su estudio en el sevillano barrio de Santa Cruz, donde oye las fuentes cada noche y cada noche, sentado en una silla de anea, conversa con Manolo Mérida, que es uno de los que más sabe de pasos-palio de la ciudad.

Desde hace décadas, Ben Yessef cumple con su liturgia dominical: se anuda al cuello una bufanda rojiblanca y deja que sus entrañas sean poseídas por los requiebros de los duendes blancos. Un año fue Polster, otro año Suker, otro año Maradona, y ahora… ¡madre mía! Ahora toca el cielo con Navas, O Fabuloso y Kanouté.

Salvador Dalí, un catalán mágico, no entendía de fútbol una papa, pero sabía que Kocsis era del Barça y se hacía llamar “Cabecita de oro”. No era un intrépido deportista Dalí pero jamás ocultó su admiración por Johhny Weissmuller, el mejor “Tarzán” de todos los tiempos.

El fútbol tampoco era el fuerte de Pablo Picasso, que admiraba al atleta checo Emil Zatopek, la “locomotora humana”. Pero en sus últimos años, el Pablo mediterráneo confesó a un grupo de periodistas galos que un día, sin saber por qué, se emocionó con los goles de don Alfredo en un partido que vio en el antiguo Parque de los Príncipes. Aquel bandoneón arrabalero era Di Stéfano, Saeta y luz, que fue Gardel en Buenos Aires y dio al Real Madrid sus primeras cinco Copas de Europa.

A Diego Maradona, otro de los grandes dioses del balón, no le gustaban los toros. Pero una vez, casi a la fuerza, vio a Curro –el único Curro sin apellidos que existe en el mundo—y Maradona lloró. Otra tarde, más deprimido que un cigarrón, Diego entró en el Museo y sus vellos se erizaron: estaba viendo un cielo de Murillo. Alguien le preguntó entonces al genio argentino dónde se encontraba el arte y éste dijo: “está allá y acá”. Maradona señalaba al cuadro y luego a su corazón.

Escrito por Matallanas | 6:40 p. m. | Enlace permanente

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